Al enfrentarse a un libro tan extenso (contiene 66 libros, 39 en el Antiguo Testamento y 27 en el Nuevo) y con relatos de múltiples pueblos en diferentes tiempos de la historia podríamos caer en resignación por no comprenderlo. Podríamos desanimarnos y desechar la riqueza de la Palabra de Dios.
Pues bien, la palabra 'Biblia' lleva en sí el significado de compendio. El término tiene su origen en la palabra griega «βιβλια» que significa literalmente «los Libros»[1]. Del griego, ese término pasó al latín, y a través de él a las lenguas occidentales, no ya como nombre plural, sino como singular femenino: la Biblia[2]. No está de más recalcar que la Biblia fue una obra que se extendió, en su formación, por muchos años y realidades sociales diversas, y que aunque fue escrita por hombres, todos los que participaron de ese privilegio fueron inspirados por Dios. De ahí que el Apóstol Pedro dijera:
19 Tenemos también la palabra profética más segura, a la cual hacéis bien en estar atentos como a una antorcha que alumbra en lugar oscuro, hasta que el día esclarezca y el lucero de la mañana salga en vuestros corazones;
20 entendiendo primero esto, que ninguna profecía de la Escritura es de interpretación privada,
Y a manera de sugerencia, humildemente, este autor propone que la manera más fácil y grata de leer la palabra de Dios, y comprender que es un libro 'Cristo-céntrico' es empezar justo en los evangelios.
Creo que aunque es bueno iniciar a leer desde Génesis —El primer libro de esta maravillosa obra— recomendaría mejor iniciar en el Evangelio de Juan. No sólo por la manera tan particularmente hermosa como Dios le inspiró a escribir; sino que además tiene una manera muy clara y una gracia de Dios impresionante para introducirnos a toda la Biblia.
Posteriormente pasar a la lectura de Lucas. Una vez en Lucas, sugiero seguir la travesía por todo el nuevo testamento hasta Apocalipsis. Consideremos que si empezamos en Juan, no nos devolvemos a los otros evangelios (Mateo y Marcos). En otras palabras: Empezamos en Juan y terminamos en el orden que ella lleva hasta la profecía del Apocalipsis.
Al finalizar el Nuevo Testamento, ¡Estamos preparados para el Antiguo Testamento!
Podrás ahora sí, iniciar el libro de Génesis y repasar detalles particulares de la creación (y mucho más). Muchas veces por ser una narración tan conocida, vamos predispuestos o pre-sabidos del tema y eso nos hace pasar por alto detalles y revelaciones fabulosas de la bendita palabra del Señor. Despójate de todo prejuicio y conocimiento preconcebido, de esta manera serás como un niño en un parque de aventuras. ¡Te sorprenderá lo que encontrarás! Otra advertencia que considero oportuna es que algunos libros del Antigüo Testamento tienen su propio contexto, que a nuestra época y cultura puede parecer extraño y generarnos bastante confusión al leer. No te preocupes, trata de sumergirte en ese contexto y así sabrás de qué manera entender el mensaje divino.
Una vez vamos desde Génesis hasta Malaquías (El Antigüo Testamento) podremos atravesar lo que parecía olvidado, los evangelios de Mateo y Marcos. A propósito, los evangelios comparten mucho acerca de la vivencia de Cristo, porque justamente, éstos autores fueron testigos presenciales de la vida y obra de Jesús en la tierra. Cada uno tiene su característica especial y su gracia de parte de Dios, entre todos se complementan y cuando los leemos todos, reconstruimos un suceso completo del poder de Cristo en cada persona y enseñanza. Algunos de éstos autores eran más minuciosos, otros más históricos, otros más claros en la manera de expresar lo acontecido, en fin.. Pero todos ellos, instrumentos de Dios para conducirnos hacia el ÚNICO EVANGELIO, el Evangelio de Cristo. Añadiendo a eso, los primeros 3 evangelios (Mateo, Marcos y Lucas) son conocidos también como evangelios Sinópticos (por su parecido) y dada la semejanza en su contenido se pueden ver panóramicamente.
En síntesis La lectura podría ilustrarse de esta manera:
Y recuerda que "La exposición de tus palabras alumbra;
Hace entender a los simples." Salmos 119: 130
¡Que el Señor te bendiga!
Por: Andrés González Santana
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